Homilía del Viernes 22 de abril de 2016
JESÚS NOS ESPERA EN LA CASA DEL PADRE CELESTIAL
Lecturas del Viernes de la 4ª semana de Pascua
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Viernes, 22 de abril de 2016
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Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan (14,1-6):
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.»
Tomás le dice: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?»
Jesús le responde: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí.»
Palabra del Señor
HOMILIA
JESUS NOS ESPERA EN LA CASA DEL PADRE CELESTIAL
Hermanos, el evangelio de hoy nos habla del cielo. Nos habla del deseo de todo buen creyente: estar con Jesús en la casa del Padre.
Nos preguntaríamos: ¿cómo llegar al cielo? Y la respuesta nos la ha dado el mismo Jesús en el evangelio: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí”. Es decir, que para llegar al Padre, se hace necesario alcanzar una verdad, una vida, y un camino; y todo esto sólo se logra en la unión con Cristo, porque Él mismo es el camino, la vida y la verdad.
Estas tres condiciones para poder llegar al cielo, están reunidas en una sola: En la Divina Voluntad.
La Divina Voluntad es el único medio por el cual el alma puede encaminarse hasta la casa del Padre.
La Divina Voluntad es el conocimiento que nos da la verdad que nos prepara para encaminarnos al Padre.
La Divina Voluntad, es el revestimiento de luz que produce la vida para entrar en el seno del Padre. Porque la Divina Voluntad es Dios mismo. Y por eso Jesucristo se proclama como el único camino, verdad y vida que produce el regreso del hombre al Padre.
Bien confirmado queda, que quien conozca, viva y se deje conducir por la Voluntad de Dios, está asegurando su viaje al cielo. Por eso Jesús, a estos escritos les dio el nombre de “Libro de Cielo”, dándonos a entender que es un lenguaje, una sabiduría del cielo, dada a los hombres de la tierra para que aprendamos a ser hombres de cielo. Serán el alimento, el vestido y la luz celestial que los hombres necesitamos para prepararnos y ser conducidos hacia el cielo, hacia el Reino de Dios.
“Tú lo verás desde el Cielo, verás el gran bien cuando la Iglesia reciba este Alimento Celestial, que fortificándola, la hará resurgir en SU PLENO TRIUNFO”.
El triunfo pleno de la iglesia, es ser revestida de esta vida celestial, para ser parte de la vida del cielo, y el alimento que produce esta vida divina, es el conocer y vivir en la Divina Voluntad. Porque en este conocimiento, la iglesia aprenderá el lenguaje, las costumbres y la vida del cielo.
“Por eso mi Palabra Creadora, así como bastó para crear el universo, así será suficiente para formar el Reino de mi Fiat, pero es necesario que se conozcan las palabras que he dicho, los conocimientos que he manifestado para poder comunicar el bien que contiene mi Palabra Creadora, por eso insisto tanto en que sean conocidos los conocimientos sobre mi Voluntad, la finalidad por la cual los he manifestado, para poder realizar mi Reino que tanto suspiro darlo a las criaturas, y yo arrollaré cielo y tierra para obtener mi intento.”
Mas grande que nuestro deseo, es el suspiro de Jesús, de que todos podamos llegar a la casa del Padre: “En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros”.
Hermanos, esto es un decreto Divino y a medida que vamos adentrándonos en la lectura y conocimiento de estos escritos, podemos afirmar que el tiempo se ha cumplido, y que el Reino de Dios EN LA TIERRA: el Reino de Su Divina Voluntad “EN LA TIERRA (en nosotros) como en el Cielo (como en Dios)”, ya ha comenzado a establecerse, pues es en cada uno de nosotros que se debe primero constituir este Reino, hasta que con la Gracia y Poder de Dios llegue a la plenitud universal, aunque en diversos grados según sus designios, y según la disposición de cada alma a este Don.
CRISTO REY Reinará en cada corazón EN LA TIERRA, como Reina en el Cielo.
“Amada mía, mientras tú tengas tu mirada puesta, ahora a la derecha, ahora a la izquierda, y la dejes que se pose ahora en una cosa, ahora en otra, y no la mantengas fija en Mí, no podrás caminar libremente el camino del Cielo, sino que irás siempre tropezando y no podrás seguir el influjo de la Gracia. Por eso quiero que con santa indiferencia mires todas las cosas que suceden en torno a ti, estando toda atenta solamente a Mí.” (Volumen 1).
Esta es la felicidad de un alma que vive de Fe, se vuelve indiferente frente a todo lo que le sucede, porque su vuelo es siempre hacia el Cielo, se mira siempre en Dios. Y entonces en la tribulación, la Fe la eleva en Dios y no se aflige, ni siquiera un lamento, porque sabe que no debe formar aquí su contento, sino en el Cielo. Si la alegría, la riqueza, los placeres, la circundan, la Fe la eleva en Dios y ve en estos bienes terrenos, fastidio, los desprecia y entiende que en el cielo será verdaderamente feliz, rica y contenta.
Lo que decía Luisa frente al cielo
“A mí me parecía, por las cosas del Cielo, que las de esta tierra todo era podredumbre, insípido, fastidioso; las cosas que tanto deleitan a los demás, para mí resultaban amargas, las personas más amadas, más respetables, que los demás quién sabe qué hubieran hecho para entretenerse con ellas, a mí me resultaban indiferentes y hasta fastidiosas, sólo viéndolas como imágenes de Dios me parecía que podía soportarlas, pero mi alma había perdido toda satisfacción, ninguna cosa le daba la menor sombra de contento, y era tanta la pena que sentía que no hacía más que llorar y lamentarme con mi amado Jesús. ¡Ah! mi corazón vivía inquieto, entre continuas ansias y deseos, me lo sentía más en el Cielo que en la tierra; sentía en mi interior una cosa que me roía continuamente, tanto, que me resultaba amargo y doloroso tener que continuar viviendo” (Volumen 1).
Cuando el alma siente entrar en ella un algo divino y queda muy atraída hacia esta belleza, al mismo tiempo pierde el atractivo de todas las otras cosas, por cuán bellas y preciosas fueran no le causan ninguna impresión, lo que le queda fijo y casi transmutado en sí es la belleza de Jesús, en eso piensa, de esa belleza se siente investida y queda tan enamorada, que si el Señor no obrara otro milagro se le rompería el corazón, y de puro amor por esta belleza de Jesús expiraría el alma para volar al Cielo a gozar de esta belleza de Jesús.
Hermanos, como a Luisa, hoy Jesús nos pregunta: ¿Quieres venir al cielo? Y ¿que le responderemos? Creo que todos diremos: sí, Señor, si quiero. Y Él, entonces nos dirá: “Apresúrate, ven, no tardes, a introducirte en la bienaventurada morada, que no es otra distinta que el seno de Dios.” Y el camino, la verdad y la vida la encontramos en su divino querer.
La Bienaventurada Virgen María, Reina del cielo, no deja de orar para que este Reino de la Voluntad de Dios llegue a nosotros. El cual indudablemente le será concedido, ya que este Reino será llamado también el “Reino de la Reina Celestial. Que su intercesión haga que la Divina Voluntad sea conocida por todos, pero en modo especial por los sacerdotes, los cuáles a su vez, como nuevos apóstoles, la hagan conocer a todo el mundo, y puedan conducir a las almas al sueño de todo buen creyente, a la casa del Padre.