DÉCIMO CUARTO DÍA – La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad llega al templo. Su morada en el templo. Se convierte en modelo de las almas consagradas a Dios.
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El alma a la Reina Celestial Modelo de las almas:
Madre mía, tu pobre hija siente la necesidad irresistible de estar contigo, de seguir tus pasos, de ver cómo te comportas, para imitar tus acciones y tenerlas como modelo y guía de mi vida. Sí, siento que tengo una grande necesidad de ser guiada, porque por mí misma no sé hacer nada, pero junto contigo que tanto me amas, sabré hacer todo y sabré también hacer la Voluntad de Dios.
Lección de la Reina Celestial Modelo de las almas:
Querida hija mía, es mi ardiente deseo hacer que seas espectadora de mi modo de comportarme, para que te enamores de tu Madre y me imites, por eso, pon tus manos entre las mías y yo me sentiré feliz teniendo junto a mí a mi hija. Así que, préstame más atención y escúchame.
Yo dejé la casa de Nazaret acompañada por mis santos padres. Al dejarla quise darle una mirada por última vez a la casita en la que nací, para darle gracias a mi Creador por haberme dado un lugar en donde nacer y la dejé en la Divina Voluntad, para que mi infancia y tantos amados recuerdos; pues teniendo el pleno uso de la razón podía comprenderlo todo; fueran todos custodiados en la Divina Voluntad y los deposité en ella como prendas de mi amor por quien me creó.
Hija mía, el darle gracias a Dios y poner nuestros actos en sus manos como prendas de nuestro amor por él, abre nuevos canales de gracias y comunicaciones entre Dios y el alma y además es el homenaje más bello que se le puede ofrecer a quien tanto nos ama. Por eso, aprende de mí a darle siempre gracias a Dios por todo lo que hace contigo y siempre en todo lo que vayas a hacer que de tus labios se oigan estas palabras: « ¡Gracias, oh Señor; pongo todo en tus manos! »
Yo dejé todo en el Fiat Divino y puesto que reinaba en mí, jamás me dejó sola ni por un instante de mi vida; yo lo llevaba triunfante en mi pequeña alma.
¡Oh, qué prodigios sabe hacer la Divina Voluntad! Con su virtud conservadora mantenía el orden de todos mis actos, pequeños y grandes, y como en acto dentro de mí, como triunfo suyo y mío; de manera que yo nunca perdí la memoria de uno solo de mis actos; y esto me daba tanta gloria y honor, que me hacía sentir verdaderamente Reina, porque todos y cada uno de mis actos hechos en la Divina Voluntad eran más que un sol y yo estaba toda cubierta de luz, de felicidad y de alegría; la Divina Voluntad me traía su paraíso.
Hija mía, el vivir de Voluntad Divina debería ser el deseo, el suspiro y casi la pasión de todos, tanta es la belleza que se adquiere y el bien que se siente. Todo lo contrario la voluntad humana; ésta le infunde amargura a la pobre criatura, la oprime, le forma la noche, hace que camine con dificultad y que vaya siempre cojeando en el bien y muchas veces esta criatura llega hasta perder la memoria del poco bien que ha hecho.
Hija mía, yo partí de la casa paterna con valor y desapego, porque mi mirada estaba puesta sólo en la Divina Voluntad, en la cual mi corazón estaba fijo, y esto me bastó siempre en todo.
En el camino hacia el templo contemplé toda la creación, y ¡oh, qué maravilla!, sentí el latido de la Divina Voluntad en el sol, en el viento, en las estrellas, en el cielo y hasta debajo de mis pasos sentí como latía; el Fiat Divino que reinaba en mí, le ordenó a toda la creación, que como un velo lo escondía en todo, que se inclinara reverente y me honrara como Reina suya, y todos se inclinaron dándome muestras de sumisión; ni siquiera la más pequeña florecilla del campo se quedó sin ofrecerme su pequeño homenaje. Mi presencia hacía que todos se pusieran de fiesta y cuando por necesidad salía fuera de la población parecía que toda la creación se disponía a darme muestras de su amor, por lo que me veía obligada a ordenarles que se quedaran en su lugar y que siguieran el orden de nuestro Creador.
Y ahora, escucha a tu Madre y dime: ¿sientes en tu corazón la alegría, la paz, el desapego de todo y de todos, el valor para poder hacer cualquier cosa con tal de darle cumplimiento a la Divina Voluntad de tal manera que todo esto te haga sentir una fiesta constante en ti? Hija mía, la paz, el desapego y el valor, forman en el alma el vacío en donde la Divina Voluntad puede tomar su lugar, pues siendo intangible de toda pena, trae consigo la fiesta perenne a la criatura. Por eso, ánimo, valor y entusiasmo, hija mía, dime que quieres vivir de Voluntad Divina y yo me ocuparé de todo
Te espero mañana para narrarte el modo en que me comporté en el templo.
El alma:
Madre mía, tus lecciones me extasían y penetran dulcemente en mi corazón. Tú que tanto me amas y suspiras que tu hija viva de Voluntad Divina, con tu imperio divino vacíame de todo, infunde en mí el valor que necesito para darle muerte a mi voluntad; y yo, confiando en ti, te diré: « ¡Quiero vivir de Voluntad Divina! »
Propósito:
Hoy, para honrarme, me darás todos tus actos como prenda de tu amor hacia mí y diciéndome cada vez: « ¡Te amo, Madre mía! » yo los depositaré en la Divina Voluntad.
Jaculatoria:
« Madre Celestial, vacíame de todo para poder esconderme en la Voluntad de Dios.»
MEDITACIÓN PARA EL DÉCIMO CUARTO DÍA CUARTO
Por: padre Oscar Rodriguez.
María se dirige hacia el templo y es modelo de las almas consagradas
Hermanos, en este día, María se nos presenta como Modelo de vida de aquellas almas que quieren consagrarse a Dios.
Hoy hay muchas personas que hacen consagraciones a Dios y a la virgen, en medio de grandes oraciones y solemnes celebraciones litúrgicas. ¿Será esto suficiente? Veamos en la Virgen María cómo se hace la verdadera consagración:
Consagrarse es conocer la forma de vida divina, enamorarse y querer imitar esta nueva vida.
Consagrarse es poner atención, escuchar y obedecer a la Palabra de Dios.
Consagrarse es descubrir que todo lo que nos rodea y nos llega, es regalo de Dios y por lo tanto es tener una actitud de agradecimiento permanente hacia Él.
Consagrarse es poner en las manos del Creador, todo.
Consagrarse es desear, suspirar y apasionarse por vivir todo en la Divina Voluntad dando muerte a la voluntad humana.
Consagrarse es tener siempre la mirada fija en la voluntad de Dios.
Consagrarse es formar el vacío en donde la Divina Voluntad puede tomar su lugar y esto es posible si el alma vive el desapego de todo, la paz en toda circunstancia y si tiene el valor y el entusiasmo para hacer cualquier cosa con tal de que la voluntad de Dios reine en ella.
Todo esto y mucho más, hicieron de la Virgen María el modelo perfecto de consagración a Dios. Entrar en el templo, significa dejar todo por acoger sólo a Dios.
María, modelo de consagración, ruega por nosotros.