DECIMO DÍA – La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad
Alba que nace para hacer huir la noche de la voluntad humana; su glorioso nacimiento.
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El alma a la Reina del Cielo:
Madre Santísima, ya estoy aquí, cerca de tu cuna, para ser espectadora de tu portentoso nacimiento; los cielos se asombran, el sol te mira con su luz, la tierra rebosa de alegría, se siente honrada de ser habitada por su pequeña Reina recién nacida, los Angeles a cual más rodean tu cuna para honrarte y ponerse a tus órdenes. De manera que todos te honran y quieren festejar tu nacimiento. También yo me uno a ellos y postrado ante tu cuna, donde veo como extasiados a tu madre Ana y a tu padre Joaquín, quiero decirte mis primeras palabras, quiero confiarte mi primer secreto, quiero vaciar mi corazón en el tuyo y decirte:
« Madre mía, tú que eres el alba precursora del Fiat Divino sobre la tierra, ¡oh, haz que huya la tenebrosa noche de la voluntad humana de mi alma y del mundo entero! ¡Ah, sí, que tu nacimiento sea nuestra esperanza, que como nueva alba de gracia nos regenere en el Reino de la Divina Voluntad! »
Lección de la Reina recién nacida:
Hija de mi Corazón, mi nacimiento fue prodigioso, ningún otro nacimiento puede decirse que sea semejante al mío. Yo encerraba en mí el cielo, el sol de la Divina Voluntad y también la tierra de mi humanidad, pero tierra bendita y santa que encerraba los más bellos follajes. Aunque apenas había nacido, yo encerraba el prodigio de los más grandes prodigios: la Divina Voluntad reinante en mí, la cual encerraba en mí un cielo más bello, un sol más resplandeciente que el de la creación, de la cual yo era también Reina, comprendiendo un mar de gracias sin confines que murmuraba siempre: amor, amor, amor hacia mi Creador. Por eso, mi nacimiento fue la verdadera alba que hizo huir a la noche de la voluntad humana y conforme yo iba creciendo, así iba formando la aurora que llamaba al esplendidísimo día, para hacer surgir el sol del Verbo Eterno sobre la tierra.
Hija mía, acércate a mi cuna para que escuches a tu pequeña Madre. Recién nacida apenas, abrí los ojos para ver este bajo mundo e ir en busca de todos mis hijos y encerrarlos en mi Corazón, darles mi amor materno y regenerarlos a la nueva vida de amor y de gracia, darles el paso para hacer que entraran en el Reino del Fiat Divino que yo poseía. Quise ser para ellos Reina y Madre encerrándolos a todos en mi Corazón, para ponerlos a todos a salvo y darles el gran don de este Reino Divino. En mi Corazón había lugar para todos, porque para quien posee la Divina Voluntad no existen estrecheces, sino amplitudes infinitas.
También a ti te miré entonces, hija mía, nadie se me escapó; y así como en aquel día todos festejaron mi nacimiento, también para mí fue fiesta, pero al abrir mis ojos a la luz del día, tuve el dolor de ver a la criatura en la densa noche de la voluntad humana. ¡Oh, en qué abismo de tinieblas se encuentra envuelta la criatura que se deja dominar por su voluntad humana! Esta es la verdadera noche, pero noche sin estrellas, a lo más algún rayo fugitivo, al que fácilmente le siguen los truenos, que con estruendo hacen que las tinieblas se vuelvan más densas, descargando la tempestad sobre la pobre criatura: tempestades de pánico, de debilidades, de peligros, de caídas en el mal. Mi pequeño Corazón quedaba traspasado al ver a mis hijos bajo esta horrible tempestad en la que la noche del querer humano los había envuelto.
Ahora escucha a tu Madre; todavía estoy en la cuna, soy pequeñita, mira pues mis lágrimas que derramo por ti; cada vez que haces tu voluntad es una noche que formas para ti. Si tú supieras cuanto mal te hace esta noche, llorarías conmigo; esta noche te hace perder la luz del día de la Divina Voluntad, te trastorna, te paraliza en el bien, te deshace el verdadero amor y tú quedas como una pobre enferma a quien le faltan las cosas necesarias para aliviarse. ¡Oh, hija mía, querida hija mía, escúchame, no hagas nunca tu voluntad! Dame tu palabra de que complacerás a tu pequeña Madre.
El alma:
Madre Santa, tiemblo de solo oir hablar de la horrible noche de mi voluntad; por eso me encuentro aquí cerca de tu cuna para pedirte la gracia de que, por tu prodigioso nacimiento, me hagas renacer en la Divina Voluntad. Yo estaré siempre cerca de ti, mi niñita celestial, uniré mis oraciones y mis lágrimas a las tuyas, para implorar para mí y para todos el Reino de la Divina Voluntad sobre la tierra.
Propósito:
Hoy, para honrarme, vendrás a visitarme tres veces a mi cuna, diciéndome cada vez: « Niñita celestial, hazme renacer junto contigo en la vida de la Divina Voluntad. »
Jaculatoria:
« Madre mía, haz que el alba de la Divina Voluntad surja en mi alma. »
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Reflexión para el décimo día.
El glorioso nacimiento de la Virgen María
Queridos hermanos, este día décimo, la virgen nos narra su glorioso nacimiento, el cual su gloria consistió precisamente en que es el alba que nace para hacer uir la noche de la voluntad humana.
Que alegría para la iglesia y sobre todo para el Señor, ver nacer a la primera criatura en su divina voluntad. En medios de tantos nacimientos con la mancha del pecado original y sobretodo con el gran mal de la voluntad humana, surge este sol esplendorísimo que pone a toda la tierra y a todo el cielo en una rebosante alegría, que hasta los ángeles rodean su cuna para honrarla y ponerse a sus órdenes. Toda la creación se siente honrada de ser habitada por la primera criatura que nace dentro del orden y el plan establecido por Dios desde el principio.
María encerraba en ella, aún recién nacida, el más grande de los prodigios: la Divina Voluntad que reinaba en ella y de la cual ella era también su Reina.
Su nacimiento fue la verdadera alba que hizo huir a la noche de la voluntad humana. Su nacimiento encerró dentro de su corazón a todas las criaturas para iniciarnos en la vida nueva de la gracia que nos hace entrar en el reino del Querer Divino que ella poseía.
Quiso ponernos a salvo del abismo inmenso de las densas tinieblas de la voluntad humana que produce las tinieblas del error, las tempestades de pánico, de debilidades, de peligros, de caídas en el mal en la que la noche oscura del querer humano los había envuelto.
Festejar su nacimiento, es la invitación que el mismo Dios, en ella, nos hace de salir de las tinieblas de nuestra humana voluntad y acercarnos a la luz de su Voluntad Celestial.
Madre recién nacida, haz que nazca también en nosotros la luz de la Divina Voluntad y disipe la tenebrosa noche de la voluntad humana de nuestras almas y del mundo entero. Que tu nacimiento sea la esperanza de que seremos regenerados en el Reino de la Voluntad de Dios.
Madre de la Divina Gracia, ruega por nosotros
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