DÉCIMO QUINTO DÍA – La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad. Su vida en el templo.
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El alma a la Reina del Cielo
Reina y Madre mía, aquí está tu hija a tu lado, para seguir tus pasos cuando entres al templo. ¡Oh, cómo quisiera que tomaras mi pequeña alma, que la encerraras en el templo vivo de la Voluntad de Dios y me aislaras de todos, menos de mi Jesús y de tu dulce compañía!
Lección de la Reina del Cielo:
Queridísima hija mía, que susurro tan dulce es para mí oírte decir que quieres que te encierre en el templo vivo de la Voluntad de Dios y que no quieres otra compañía que la de Jesús y la mía. ¡Ah! Querida hija mía, tú haces que surja en mi Corazón materno el gozo de ser verdadera Madre y si verdaderamente me dejas ser tu Madre, yo estoy segura de que serás feliz y mi gozo será también tuyo, pues tener una hija feliz es la gloria y la felicidad más grande de un corazón materno.
Escúchame, hija mía; yo llegué al templo solo para vivir de Voluntad Divina. Mis santos padres me pusieron en manos de los superiores del templo, consagrándome a Dios; yo estaba vestida de fiesta y se cantaron himnos y profecías que se referían al futuro Mesías. ¡Oh, qué alegría sentía en mi Corazón! Después, con ánimo y decisión, me despedí de mis queridos y santos padres, les besé la mano, les di las gracias por todos los cuidados que tuvieron conmigo durante mi infancia y por haberme consagrado a Dios con tanto amor y sacrificio. Mi comportamiento pacífico, el no haber llorado y mi valentía, les infundió tanto valor y ánimo, que tuvieron la fuerza para poder partir y separarse de mí. La Voluntad Divina imperaba sobre mí y extendía su Reino en todos mis actos. ¡Oh potencia del Fiat Divino! Tú sólo podías darme tal heroísmo, que siendo todavía tan pequeña tuve la fuerza de desprenderme de quienes tanto me amaban, aunque viera que al separarse de mí se les destrozaba el corazón.
Y ahora, hija mía, escúchame: yo me encerré en el templo y esto lo quiso el Señor, para hacer que yo extendiera los actos que debía hacer en él, en el Reino de la Divina Voluntad, para hacer que preparara con mis actos humanos el terreno y el cielo de la Divina Voluntad que debía formarse sobre este terreno para todas las almas consagradas a Dios.
Yo estaba atentísima a todos los deberes que se acostumbraban hacer en ese santo lugar; era pacífica con todos, jamás le causé amargura o molestia alguna a nadie, me sometía a los servicios más humildes y no encontraba dificultad en nada, ni siquiera en el barrer o lavar los platos; cualquier sacrificio era para mí un honor, un triunfo. Pero, ¿quieres saber por qué? Porque yo no miraba nada, para mí todo era Voluntad de Dios. De manera que la campana que a mí me llamaba era el Fiat Divino; yo escuchaba el sonido misterioso de la Voluntad Divina que me llamaba en el sonido de la campana y mi Corazón se alegraba y corría para ir a donde el Fiat Divino me llamaba. Mi regla era la Divina Voluntad y yo veía que esta Santísima Voluntad Divina me mandaba por medio de mis superiores. Así que para mí, la campana, la regla, los superiores, mis acciones, incluso las más humildes, eran todas nuevas alegrías y fiestas que me preparaba el Fiat Divino, el cual, extendiéndose también fuera de mí, me llamaba a extender su Voluntad, para formar su Reino hasta en el más pequeño de mis actos. Yo hacía como hace el mar que esconde todo lo que posee y no deja ver más que agua, así también yo escondía todo en el mar inmenso del Fiat Divino y por eso todas las cosas me llenaban de alegría y me ponían de fiesta.
Hija mía, en mis actos corrías tú y todas las almas. Yo no sabía hacer nada sin ti; era para todos mis hijos que yo preparaba el Reino de la Divina Voluntad. ¡Oh, si todas las almas consagradas a Dios en los lugares santos hicieran desaparecer todo en la Divina Voluntad, cómo serían felices y cómo convertirían las comunidades en familias celestiales, poblando la tierra de tantísimas almas santas!. Pero, ¡ay de mí! Con todo el dolor de mi Corazón de Madre debo decirlo: ¡Cuántas amarguras, cuántas molestias y discordias! Mientras que la santidad no está en el oficio que les toca, sino en el cumplir la Voluntad de Dios en cualquier oficio que les sea asignado; es en la Divina Voluntad en donde las almas hallarán la paz, la fuerza y el sostén en los sacrificio más duros.
El alma:
¡Oh Madre Santa, qué bellas son tus lecciones! ¡Con qué dulzura penetran en mi corazón! Ah, te suplico que extiendas en mí el mar del Fiat Divino; sumérgeme en él, y haz que yo no vea ni conozca otra cosa que no sea la Divina Voluntad, de manera que navegando siempre en ella, pueda conocer sus secretos, sus alegrías y su felicidad.
Propósito:
Para honrarme este día, me ofrecerás doce actos de amor para honrar los doce años que viví en el templo; y me pedirás que te una a mis actos.
Jaculatoria:
« Madre y Reina mía, enciérrame en el templo sagrado de la Voluntad de Dios. »
MEDITACIÓN PARA EL DÉCIMO QUINTO DIA:
Su vida en el templo.
Queridos hermanos, que enseñanzas tan sublimes las que nuestra Madre María nos trae en este día 15. Hoy nos enseña a entrar en el templo vivo de la Voluntad de Dios. Poniéndose ella como modelo, llegó al templo sólo para vivir de la voluntad de Dios. En esto consiste consagrarse a Dios: dejar que la Divina Voluntad mande, dirija y gobierne toda mi vida.
María nos enseña cómo hacer para que la Divina Voluntad pueda tomar el puesto que le corresponde en nuestras vidas: vivir todo en Divina Voluntad. Sumergir todos mis actos en el mar de la Voluntad de Dios.
Eso fue lo que hizo María a lo largo de toda su vida y especialmente durante su estadía en el templo. Miremos las señales que nos demuestran cómo ella estaba preparando el Reino de la Voluntad de Dios para toda la humanidad:
Vivía vestida de fiesta, de una alegría constante que reposaba en su corazón inmaculado. Todo lo hacía con ánimo y decisión. Su espíritu se mantenía en actitud de agradecimiento al Padre Celestial, a sus padres y a todos. La capacidad para desprenderse de todo y de todos. Estaba atentísima a todos los deberes que se acostumbraban hacer en ese santo lugar; era pacífica con todos, jamás le causó amargura o molestia alguna a nadie, se sometía a los servicios más humildes y no encontraba dificultad en nada; cualquier sacrificio era para ella un honor, un triunfo.
Y la razón por la cual su vida fue de esta manera, se debe a que ella no miraba nada fuera de la voluntad de Dios. Para ella todo era voluntad de Dios y por eso lo hacía con tanta entrega y amor. Veía que la voluntad de Dios estaba expresada por medio de sus superiores y la cumplía en la obediencia.
Ver todo como voluntad de Dios: las personas que nos rodean, las circunstancias que nos llegan, los quehaceres, los superiores, todo, es el camino que hace que podamos entran a vivir en la Divina Voluntad.
María hoy nos invita, entonces hermanos, a mirar todo en Divina Voluntad. Si queremos ser santos y si deseamos que nuestras familias y comunidades cambien, hay que empezar por santificarse, no en hacer muchas cosas, sino en hacer la voluntad de Dios en el oficio que nos toca realizar.
María, sagrario divino, encierra toda nuestra vida en el templo de la voluntad de Dios.