DÉCIMO SEXTO DÍA – La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
Continúa su vida en el templo y forma el nuevo día
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El alma a su Madre Celestial:
Dulcísima Madre mía, siento que me has robado el corazón y corro hacia ti, que tienes encerrado mi corazón en el tuyo como prenda de mi amor y que en lugar de mi corazón quieres poner a la Divina Voluntad como prenda de tu amor de Madre. Por eso, me abandono entre tus brazos para que cual hija tuya me prepares, me des tus lecciones y hagas de mí lo que quieras. ¡Te lo ruego, no me vayas a dejar nunca sola, tenme siempre junto contigo!
Lección de la Reina del Cielo:
Querida hija mía, cómo suspiro tenerte siempre junto conmigo. ¡Quisiera ser el latido de tu corazón, tu respiro, las obras de tus manos, el paso de tus pies, para hacerte sentir, por medio de mí, cómo obraba la Divina Voluntad en mí! ¡Quisiera depositar en ti su vida! ¡Oh, qué dulce es, qué amable, encantadora y cautivante! ¡Oh, cómo me harías doblemente feliz si te tuviera a ti, hija mía, bajo el dominio total del Fiat Divino, que fue quien formó toda mi fortuna, mi felicidad y mi gloria!
Y ahora, préstame atención y escucha a tu Madre que quiere dividir su fortuna contigo. Yo continuaba mi vida en el templo, pero el cielo no estaba cerrado para mí, yo podía ir cuantas veces quería, tenía el paso libre para ir y venir cuando quería. En el cielo estaba mi Familia Divina y yo suspiraba y anhelaba ardientemente entretenerme con ella. La Divinidad misma me esperaba con tanto amor para conversar conmigo, para complacerse y hacerme más feliz, más bella y más agradable a ellos. Por lo demás, no me habían creado para tenerme lejos de sí, querían gozarse a su hija, querían ver cómo mis palabras animadas por el Fiat Divino tenían la potencia de poner la paz entre Dios y las criaturas; gozaban verse vencidos por su pequeña hija y oír cómo les repetía una y otra vez: « ¡Venga, venga el Verbo Divino sobre la tierra! »
Puedo decir que la Divinidad misma me llamaba y yo corría, volaba para estar con ellos; no habiendo hecho nunca mi voluntad humana, mi presencia les daba la correspondencia de amor y gloria por la gran obra de toda la creación, por eso me confiaron el secreto de la historia del género humano, y yo pedía con insistencia que se estableciera la paz entre Dios y el hombre.
Hija mía, tú debes saber que fue la voluntad humana la que cerró el cielo y por eso no le era posible entrar en aquellas regiones celestiales, ni tener una relación familiar con su Creador; es más, la voluntad humana había alejado a la criatura de su Creador. En cuanto el hombre se apartó de la Voluntad Divina se volvió miedoso, tímido, perdió el dominio sobre sí mismo y sobre toda la creación; todos los elementos, estando bajo el dominio del Fiat Divino, quedaron superiores a él y hasta le podían hacer mal; el hombre tenía miedo de todo. ¿Te parece poco, hija mía, que quien había sido creado rey, dominador de todo, llegara a tener miedo de quien lo creó? Es muy extraño, hija mía, y yo diría casi contra natura que un hijo tenga miedo de su padre, mientras es natural que cuando se engendra, se engendra al mismo tiempo amor y confianza entre padre e hijo, y bien se puede decir que ésta es la primera herencia que le toca al hijo y el primer derecho que le toca al padre. De manera que Adán, haciendo su voluntad perdió la herencia de su Padre, perdió su Reino y se hizo el hazmerreír de todas las cosas creadas.
Hija mía, escucha a tu Madre y considera bien el gran mal que causa la voluntad humana; ella le quita los ojos al alma y la deja ciega, de manera que todo es tinieblas y temor para la pobre criatura que se deja dominar por su voluntad humana. Por eso, pon la mano en tu corazón y júrale a tu Madre que preferirás morir antes que hacer tu voluntad. Yo, no habiendo jamás hecho mi voluntad, no tenía temor alguno cuando estaba con mi Creador, ¿cómo podía tener algún temor si me amaba tanto? Su Reino se iba extendiendo tanto en mí, que con mis actos iba formando el pleno día que haría surgir el nuevo sol del Verbo Eterno sobre la tierra; y yo, viendo que se iba formando el día aumentaba mis súplicas para obtener que viniera el suspirado día de la paz entre el cielo y la tierra. Así pues, te espero mañana para narrarte otra sorpresa de mi vida sobre la tierra.
El alma:
Soberana Madre mía, ¡qué dulces son tus lecciones! ¡Oh, cómo me hacen comprender el gran mal que puede causar mi voluntad humana! ¡Cuántas veces también yo me he sentido llena de temor y timidez y como alejada de mi Creador! ¡Ah, era mi voluntad humana que reinaba en mí y no la Divina! Por eso yo sentía sus tristes efectos. Así que, si tú me amas como hija tuya, toma mi corazón entre tus manos y quítame todo temor y timidez, los cuales me impiden volar hacia mi Creador y en su lugar pon ese Fiat Divino que tú tanto amas y que tanto quieres que reine en mi alma.
Propósito:
Para honrarme este día, pondrás en mis manos todas las molestias que sientas, los temores, la desconfianza, para que te lo convierta todo en Voluntad de Dios; y me dirás tres veces: « Madre mía, confianza mía, haz que reine en mi alma la Voluntad Divina.»
Jaculatoria:
« Madre mía, confianza mía, forma el día de la Divina Voluntad en el alma mía. »
MEDITACIÓN PARA EL DÉCIMO SEXTO DÍA:
Continúa su vida en el templo y forma el nuevo día
Hermanos, en este día, María nos sigue contando sobre su vida en el templo, y nos explica las grandes diferencias que se dan entre aquel que hace la propia voluntad humana, y quien vive de Voluntad Divina.
- Mientras la divina voluntad toma dominio y posesión de la vida del hombre; la voluntad humana lo somete al dominio de sus deseos carnales y de sus gustos terrenales.
- El cielo está siempre abierto para quien vive en divina voluntad, generando una profunda relación de amor filial, de confianza total entre el Padre y el hijo; la voluntad humana le cierra todo el cielo, negándole toda posibilidad de cercanía y poniéndolo en contra del Creador.
- Quien vive en la voluntad de Dios, está siempre en constante actitud de correspondencia de amor y de gratitud hacia su Creador; mientras que quién está sumergido en su propia voluntad humana, no puede descubrir el inmenso amor que está escondido en los bienes de la naturaleza, dados por el Creador. Y por lo tanto no tiene a quien agradecer.
- Quien vive en la voluntad de Dios, su alma se va transformando en dulzura y amor que cautiva; mientras que la voluntad humana nos hace cada vez más agresivos y duros.
- La divina voluntad crea la vida divina en el alma, dándole la vida eterna; sin esta voluntad divina, el hombre queda sometido a la mera vida efímera del mundo, dando muerte al alma.
- La divina voluntad revela todos los secretos, conocimientos y verdades divinas. La voluntad humana, vela y culta las verdades divinas. Le quita los ojos al alma y la deja ciega, de manera que todo es tinieblas.
- La voluntad de Dios hace al hombre dueño de sí mismo. La voluntad humana lo hace esclavo de sus pasiones y miserias y lo pone bajo el dominio de la misma creación.
- La Divina Voluntad otorga toda la vida del Padre, lo hace dueño de su herencia y lo pone a vivir dentro del Reino de Dios. La voluntad humana hace perder la herencia del Padre y lo saca fuera del Reino celestial.
- Con la divina voluntad, el Reino de Dios se extiende sobre la vida del hombre y del mundo. Con la voluntad humana, se extiende el reino del mundo de las tinieblas.
Hermanos, María viendo todo este abismo de diferencia entre estas dos voluntades, nos suplica que renunciemos a nuestra voluntad humana, que prefiramos antes morir que pecar.
Madre Celestial encierra mi corazón en el tuyo para que lo resguardes de mi voluntad y pongas en él sólo la Voluntad de Dios.