DUODÉCIMO DÍA: – La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
La Reina del Cielo en el reino de la Divina Voluntad, sale de la cuna, da sus primeros pasos, y con sus actos infantiles llama a Dios a descender sobre la tierra, y llama a las criaturas a vivir en la Divina Voluntad.
Escucha el audio de la lección:
(Para descargar el audio de la reflexión da clik derecho AQUI y opción: Guardar enlace como…)
Escucha la reflexión sobre la lección 12 del padre Oscar Rodriguez:
(Para descargar el audio de la reflexión da clik derecho AQUI y opción: Guardar enlace como…)
Para descargar esta lección y reflexión en PDF, DA CLIK AQUI.
El alma a la pequeña Reina Celestial:
Una vez más estoy aquí junto a ti, mi querida niña, en la casa de Nazaret; quiero ser espectador de tu infancia, quiero darte la mano mientras das tus primeros pasos y hablas con tu madre Santa Ana y con tu padre San Joaquín. Veo que siendo aún pequeñita, apenas dejaste de ser niña de pecho y ya empezabas a caminar, le ayudabas a Santa Ana en los pequeños quehaceres. Madrecita mía, ¡cuánto te quiero y qué especial eres para mí! Dame tus lecciones para que te siga durante tu infancia y aprenda de ti a vivir en el Reino de la Divina Voluntad también en las pequeñas acciones humanas de cada día.
Lección de la pequeña Reina del Cielo:
Querida hija mía, mi único deseo es tenerte cerca de mí, sin ti me siento sola y no tengo a quien confiarle mis secretos. Son mis cuidados maternos que buscan tener cerca de mí a mi hija que tengo en mi Corazón, para poder darle mis lecciones y así hacer que comprenda cómo se vive en el Reino de la Divina Voluntad. Pero en este Reino no entra la voluntad humana, ésta queda aniquilada y en acto de padecer continuas muertes ante la luz, la santidad y la potencia de la Divina Voluntad. Pero ¿crees tú que la voluntad humana se aflige porque la Voluntad Divina la tiene en acto de morir continuamente? ¡Ah, no, no! Al contrario, se siente feliz al ver que sobre su voluntad agonizante renace y surge la Divina Voluntad victoriosa y triunfante, y que le infunde alegría y felicidad sin fin. Hijita mía, bastaría con sólo comprender que es lo que significa dejarse dominar por la Divina Voluntad y probarlo, para hacer que la criatura aborreciera tanto su voluntad que se dejaría hacer pedazos antes de salirse de la Divina Voluntad.
Y ahora escúchame: yo partí del cielo sólo para hacer la Voluntad del Eterno, y aunque yo tenía en mí mi cielo, cual era la Voluntad Divina, y era inseparable de mi Creador, me gustaba estar en mi patria celestial; tanto más que estando la Divina Voluntad en mí, yo sentía los derechos de hija, de estar con la Trinidad y de ser arrullada como una pequeñita entre sus brazos paternos y de participar de todas las alegrías y felicidades, de las riquezas y de la santidad que poseían, y yo trataba de tomar lo más que podía y de llenarme tanto hasta no poder contener más. El Ser Supremo gozaba al ver que yo, sin temor alguno, antes bien, con sumo amor, me llenaba de sus bienes, y no me sorprendía que me hicieran tomar todo lo que quería, porque, yo ra su hija y una era la Voluntad que nos animaba: lo que ellos querían lo quería también yo. De manera que sentía que las propiedades de mi Padre Celestial eran también mías, con la única diferencia de que yo era pequeña y no podía abrazar ni tomar todos sus bienes, porque por cuantos tomaba quedaban tantos todavía, pues yo no tenía la capacidad para depositarlos en mí, siendo siempre una criatura; en cambio la Divinidad era grande, inmensa y en un solo acto abrazaba todo.
Sin embargo, apenas me daban a entender que debían privarme de sus alegrías celestiales y de los castos abrazos que nos dábamos, yo partía del cielo sin titubear y regresaba entre mis queridos padres.
Ellos me amaban mucho y yo era del todo amable, delicada, alegre, pacífica y llena de gracia infantil, tanto que me robaba todo su cariño. Estaban sumamente atentos conmigo: yo era su joya y cuando me tomaban entre sus brazos sentían cosas insólitas, sentían una vida divina palpitante en mí.
Hija de mi Corazón, tú debes saber que en cuanto comencé mi vida sobre la tierra, la Divina Voluntad empezó a extender su Reino en todos mis actos; de manera que mis oraciones, mis palabras, mis pasos, el alimento, el sueño que tomaba, los pequeños quehaceres con los que ayudaba a mi madre, estaban todos animados por la Divina Voluntad; y como te he llevado siempre en mi Corazón, como a hija mía te llamaba en todos mis actos, llamaba a cada uno de tus actos a que estuvieran junto con los míos, para que también en todos tus actos, incluso en los más indiferentes, se extendiera el Reino de la Divina Voluntad.
Mira cuánto te he amado: si hacía oración, llamaba a tu oración en la mía, para que la tuya y la mía tuvieran el mismo valor y poder: el valor y el poder de una Voluntad Divina. Si hablaba, llamaba a tus palabras, si caminaba llamaba a tus pasos, y si me ocupaba en los pequeños quehaceres humanos indispensables a la naturaleza humana como tomar agua, barrer, ayudarle a mi madre a poner la leña para encender el fuego y tantas otras cosas semejantes, yo llamaba esos mismos actos tuyos para que adquirieran el valor de una Voluntad Divina y que tanto en tus actos como en los míos se extendiera su Reino; y mientras te llamaba en todos y cada uno de mis actos, llamaba al Verbo Eterno para que viniera sobre la tierra.
Oh, cuánto te he amado, hija mía! Yo quería que tus actos se unieran a los míos para hacerte feliz y hacerte reinar junto conmigo y oh, cuantas veces te llamaba a ti y a tus actos, pero muy a mi pesar los míos quedaban aislados, mientras que a los tuyos los veía como perdidos en tu voluntad; y —¡qué horrible sólo decirlo!— formaban en ti su reino, no divino, sino humano: reino de pasiones, reino de pecado, de infelicidad y desventura. Y yo, tu Madre, lloraba tu desgracia; y cada vez que vuelves a hacer un acto de voluntad humana, conociendo el reino infeliz en el que te precipitas, mis ojos se bañan de amargas lágrimas para hacerte comprender el gran mal que haces.
Por eso, escucha a tu Madre, si te decides a hacer la Voluntad de Dios, con derecho te será dada toda alegría y felicidad; todo será en común con tu Creador; tus debilidades, tus miserias, desaparecerán y serás entonces la más amada de mis hijas, te tendré en mi mismo Reino para hacer que vivas siempre de Voluntad Divina.
El alma:
Madre Santa, ¿quién puede resistir al verte llorar y no escuchar tus santas lecciones? Te lo prometo con todo mi corazón, te lo juro, nunca, nunca más volveré a hacer mi voluntad; y tú, Madre Divina, no me dejes nunca sola, para que el imperio de tu presencia haga que mi voluntad desaparezca, para hacerme reinar siempre, siempre en la Voluntad de Dios.
Propósito:
Hoy, para honrarme, me darás todos tus actos para hacerme compañía durante mi infancia y me ofrecerás tres actos de amor en memoria de los tres años que viví con mi madre Santa Ana.
Jaculatoria:
« Reina potente, cautiva mi corazón para encerrarlo en la Voluntad Divina. »
+ + + +
REFLEXIÓN PARA EL DUODÉCIMO DÍA:
Por: Padre Oscar Rodriguez.
Sale de su cuna, da sus primeros pasos
Hermanos, hoy la pequeña niña María, ha salido de la cuna y está dando sus primeros pasos. Pasos que la conducen hacia nosotros sus hijos, para que acogidos en su corazón materno, podamos escuchar y comprender las hermosas lecciones que nos llevarán a vivir en el Reino de la Divina Voluntad. Lecciones que nos enseñaran cómo le es necesario al hombre, que la voluntad divina dé muerte a su voluntad humana, para que dominando la divina, podamos poseer este Reino tan santo. Porque en el Reino de Dios, no hay cabida para la voluntad humana. Por eso María nos enseña cómo entrar en la Divina Voluntad y cómo dejar que esta Voluntad Celestial domine la nuestra.
María nos enseña que todo acto que realicemos, lo podemos convertir en actos divinos; es decir que todo lo que hagamos, por pequeño que sea, si lo unimos a sus actos maternos, por estar ella unida perfectamente a Dios, estos actos quedarán sumergidos en Dios y pasarán de ser actos humanos a divinos y así se irá extendiendo el reino de la Divina Voluntad en la tierra, hasta tal punto que se llegue a vivir en una sola voluntad, la divina.
María hasta en su cuerpo, trasmitía toda la vida divina; tan es así que cuando sus padres Joaquín y Santa Ana la tomaban en brazos, sentían cosas extraordinarias en ella, expresión de la vida divina que palpitaba en su interior. Toda su vida estaba animada por la fuerza de la Divina Voluntad.
Hermanos, aprovechemos pues cada cosa que hagamos por pequeña que sea, para que uniéndola a Nuestra Madre María, sean revestidos de Voluntad Divina, y así se conviertan en gloria para Dios y en felicidad para nosotros. Todo será en común con nuestro Creador y entonces nuestras debilidades y miserias, desaparecerán y seremos los más amados hijos de esta Reina.
Madre amada, no nos dejes jamás solos, que el poder de tu presencia disipe nuestra voluntad humana para que se genere en nuestra vida el cielo que tu siempre posees en tu corazón y podamos hacer que nuestro Creador venga a habitar en él como habita en ti.
María, Vaso rebosante de gracia, ruega por nosotros