No esperes sentirte «Santo» para anunciar el Reino de Dios.
¿Qué quiere Dios de mí? Por un lado sentía en mi corazón un deseo enorme de vivir en la Voluntad de Dios y de dar a conocer un bien tan grande a todas las criaturas por cuanto me fuese posible, pero por otro lado veía mis miserias, mis debilidades y creía que no podía darlo a conocer hasta que me sintiera con la capacidad de hacerlo. Sin embargo, en las últimas semanas han surgido algunas meditaciones que quiero compartirla con ustedes, quizás en algunos exista el mismo pensamiento que yo tenía y no se han decidido a dar el paso para anunciar a Cristo con todas las fuerzas de su alma, alejando todo temor.
Primero me detenía a meditar en el proceso que Jesús tuvo con sus apóstoles. En Mateo 10 dice:
Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio poder sobre los espíritus impuros para expulsarlos y para curar toda clase de enfermedades y dolencias… A estos Doce Jesús los envió a misionar, con las instrucciones siguientes: «No vayan a tierras de paganos ni entren en pueblos de samaritanos. Diríjanse más bien a las ovejas perdidas del pueblo de Israel. A lo largo del camino proclamen: ¡El Reino de los Cielos está ahora cerca! Sanen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos y echen los demonios. Ustedes lo recibieron sin pagar, denlo sin cobrar. (Mateo 10, 1; 5-8)
Esto me ponía a pensar en que Jesús envío a sus apóstoles a predicar el Reino de Dios en un momento en que los apóstoles aún eran inmaduros en la fe, pues más adelante lo abandonaron en su pasión, Pedro lo negó, Judas Iscariote lo traicionó, Tomás dudó de sus palabras sobre la resurrección. Pero a Jesús no le importó su inmadurez en la fe y los mandó a predicar el Reino de Dios, los mandó a sembrar la semilla de su palabra en muchas almas, los envió a predicar aquello que habían escuchado de él. Jesús sabía que en ese momento los apóstoles aún tenían muchas inclinaciones, malas tendencias, sin embargo, los envió a predicar su Reino, porque Dios miraba su corazón.
San Pablo también se sentía débil y él mismo lo dice en su carta a los Corintios cuando habla que le había sido dado un aguijón en su carne, del cual rogaba a Dios que se lo quitara y Dios le dijo “te basta mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (Cf. 2 Cor. 12:2,4,7-9)
Aun así, San Pablo fue fiel al mandato de Dios de anunciar a los pueblos el conocimiento de Dios.
De tal manera que no tenemos que esperar “sentirnos santos” para cumplir con la misión que Dios ha puesto en nuestros corazones y que nos reitera a través de las circunstancias y de su palabra. El solo hecho de haberte dado a conocer las verdades sobre él, sobre su Divina Voluntad, sobre su Reino es un signo de que te lo quiere dar y eso exige de nosotros también ser luz para los demás.
Dios quiere darnos el más grande don: “El vivir en su Voluntad”, y nos lo quiere dar no porque lo merezcamos ni porque tengamos méritos sino porque su misericordia así lo quiere.
Recuerdo un capítulo del Volumen de los escritos de la Sierva de Dios Luisa Piccarreta, donde ella se sentía como aniquilada viendo los bienes que Dios quería darle y Jesús le dijo:
“Hija de mi Querer, ¿por qué no quieres reconocer los dones que tu Jesús quiere darte? Esta es suma ingratitud. Supón un rey rodeado por sus fieles ministros, y que un pobre joven descalzo, andrajoso, que llevado por amor de ver al rey va al palacio y haciéndose más pequeño de lo que es, por detrás de los ministros mira al rey y luego se esconde temiendo ser descubierto, pero el rey poniendo en él su atención, mientras el muchacho se está agazapado tras los ministros, lo llama, lo conduce aparte; el pequeño tiembla, enrojece, teme ser castigado, pero el rey se lo estrecha al corazón y le dice: “No temas, te he llamado aparte para decirte que quiero elevarte por encima de todos, todos los dones que he dado a mis ministros quiero que tú los superes, no quiero que salgas de mi palacio”. Si el muchacho es bueno aceptará con amor la propuesta del rey, dirá a todos cuan bueno es el rey, lo dirá a los ministros, llamando a todos para agradecer al rey, pero si es ingrato se negará a aceptar diciendo: “¿Qué quieres de mí? Soy un pequeño pobre, andrajoso, descalzo, no son para mí esos dones”. Y guardará en su corazón el secreto de su ingratitud; ¿no es ésta una horrenda ingratitud? ¿Y qué será de este muchacho? Así eres tú, porque te ves indigna quieres desembarazarte de mis dones”.
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Queridos lectores, el hecho de sentirnos indignos de recibir los dones de Dios o de predicar su palabra no debería llevarnos a despreciar dichos dones o de quedarnos con los brazos cruzados con el miedo de anunciar el Reino de Dios. No, esto sería una tremenda ingratitud vestida de falsa humildad. Dios te envía a anunciar su Reino sin miedo, El conoce tus miserias, tus debilidades, tus tentaciones, tus tendencias y también conoce tu corazón y la buena voluntad que tienes de amarlo. Por lo tanto, Si en tu corazón realmente está el hacer la Voluntad de Dios no te mires a ti mismo, sino mira a Dios, mira su misericordia que también quiere servirse de ti para sus planes, pues Dios se sirve de quien quiere así como una vez se sirvió de la burra de Balaam (Cf. Numeros 22, 23-32). ¿Que eres indigno de anunciar su palabra? Si, es cierto, pero Dios quiere que lo hagas. Pues la fuerza para darlo a conocer no vendrá de ti sino de Dios.
Dijo San Pablo a Timoteo:
«No te avergüences del testimonio de nuestro Señor» (2 Tim 1,8)
Pidámosle a Dios que sea él mismo hablando en nosotros, predicando en nosotros, escribiendo sobre sus verdades en nosotros.
Somos Nada, Dios es Todo, Ven Jesús a darte a conocer a los demás en mí.
Gracias por tan grandes verdades; los felicito y quiero saber mas de como vivir en la Divina Voluntad.