Novena de Navidad. SEXTO DÍA
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SEXTA MEDITACIÓN:
El amor sofocado y confinado en las tinieblas del pecado y de la ingratitud.
SEXTA HORA:
«Hija mía, mi intimidad sea contigo. Acércate cada vez más a mí y ruega a mi Madre querida que te haga un poco de sitio en su seno materno para que tú misma puedas comprobar el doloroso estado en que me encuentro».
Con el pensamiento, por tanto, me imaginaba que mi Reina Madre, queriéndome demostrar su más que grande y maternal afecto hacia mi, me uniera en su seno al dulce y afable Jesús, en ella encarnado. Y me figuraba hallarme ya en su seno fuertemente estrechada a mi amable Jesús. Pero era tal y tanta la oscuridad que allí reinaba, que desde luego me resultaba imposible ver sus facciones, sólo sentía su suspiro encendido de amor mientras seguía diciendo en mi interior:
«Hija mía, considera otro exceso de mi amor. Yo soy la luz eterna y fuera de mí no hay otra luz más resplandeciente. Considera un poco el sol cuando se halla en su total resplandor, y sin embargo, no es más que una sombra de mi luz eterna. Pues bien, ésta mi luz eterna, por amor a la criatura, se eclipsa completamente en mí a causa de mi Humanidad asumida. ¿Ves en qué oscura prisión me ha reducido el amor?
Si, es por amor a la criatura que así me he confinado esperando que se vea un rayo de luz, pero he tenido que aguardar pacientemente durante nueve largos meses en tan densa noche, pero noche sin estrellas, noche sin reposo, siempre despierto en espera de la luz del sol que no me llega todavía. ¡Qué pena siento! La estrechez de la prisión no me da espacio para poder moverme en lo más mínimo y me causa indecible fatiga. La falta de luz que ninguna cosa me deja ver me da tanta pena que hasta me quita también el respiro, el cual lo recibo languidamente por medio del respiro de mi Madre.
Pero, ¿Sabes tú quien me ha traído a esta prisión? ¿quién me ha quitado la luz y quien me hace languidecer cada vez más en mi respiro? Ha sido el amor que siento por la criatura, son las tinieblas de las culpas de las criaturas, pues cada culpa es una noche más para mí. Es la dureza del corazón humano en el que no entra ningún arrepentimiento, es la negra ingratitud que como monstruo infernal me sofoca la respiración y uniéndose todos juntos me forman un abismo sin fondo de oscuridad, de sofocación, de dolores inauditos.
¡Qué pena! ¡Oh, exceso de mi amor no correspondido, tú me has hecho pasar de una inmensidad de luz eterna a una profundidad de densas tinieblas y a una estrechura tal que me quita la libertad de respirar!
Mientras me decía todo esto Jesús gemía pero con gemidos sofocados por la estrechez del espacio y yo me deshacía en lágrimas por la compasión y quería procurarle un poco de luz con mi amor como Él lo solicitaba. Pero, ¿quién podría decir lo que Jesús y yo sufríamos mutuamente por amor de las criaturas?
Mas en tanto dolor y pena mi siempre amable Jesús me hizo escuchar en el interior su dulce palabra:
«Así basta por ahora, pasa más bien al séptimo exceso de mi amor»
CHARLA DEL DÍA SEXTO
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Tiene gran poder para maravillarnos la capacidad de amor de nuestro Dios, especialmente esta novena, la forma en que Luisa Piccarreta nos muestra ese amor divino.
Sabemos, al hablar de Dios, que por ser Dios ama eternamente, omnipotentemente y con sabiduría infinita; es decir, siempre ama totalmente, siempre ama enteramente, sin guardarse nada. Pero en el misterio de la encarnación de Jesús, ocurre algo insospechable, y es que, aunque ama sin guardarse nada ese amor estalla en excesos.
Sólo meditar la palabra exceso y refiriéndola a la acción de amar de un Dios nos deja racionalmente y emocionalmente en un shock. ¿Cómo es un exceso de un amor que ya es eterno?, ¿Cómo concebir, entender en nuestra mente esto? ¿Quién podrá explicarnos esto que desborda nuestra capacidad? Si ya de por sí no podemos concebir ni entender un amor eterno, ¿cómo entender los excesos de ese amor?
He aquí la primera razón del porqué era necesario que ese amor se hiciera carne. Sólo Jesús podría decirnos cómo es el amor de Dios. Y en estas meditaciones sobre su encarnación Jesús nos dice el cómo entender ese amor eterno y para lograr eso nos pide primeramente que recurramos a aquella excelsa criatura que sí conoció cómo es ese amor eterno y que da en excesos, lo entendió tanto, tanto en su mente y en su alma que lo pudo concebir en su propio seno, que lo hizo carne de su carne, a tal punto que llegó a ser la Madre de los excesos del amor eterno.
Es nuestra Madre María Santísima quien nos puede explicar, enseñar cómo es ese amor, cómo entenderlo y cómo concebirlo en nuestra alma. Por ello la insistencia de Jesús en estas meditaciones es que acudamos, pidamos y roguemos a María Santísima que nos permita entrar en su seno para que veamos qué son los excesos de un amor que es eterno, infinito, inigualable y que siempre ama sin medida y sin guardarse nada.
Y nos encontramos que los excesos del amor eterno hacia nosotros es infinitamente más extraordinario de lo pensado, pues nos encontramos que no sólo Dios ama con medida de lo eterno y que esa medida estalla en excesos sin medida, sino que esas explosiones del amor eterno son hacia unas criaturas que se han dedicado a ofenderlo, a eliminarlo de sus vidas.
La encarnación del amor eterno nos muestra cómo es Él y cómo lo hemos tratado nosotros; y que frente a cómo lo hemos tratado no se detiene sino que rompe en excesos de amor para vencernos, para demostrarnos que no nos queda otra salida sino amarlo pues fuera de Dios no existe más nada.
En la sexta meditación Jesús nos muestra el estado en que nosotros ponemos al amor eterno y lo que hace este amor ante nuestras acciones. Y ante nuestras acciones El amor eterno se decide a vivir tinieblas para enamorarnos, para que nosotros recobremos la luz que perdimos. Aquí no podemos ver a Jesús sólo lo percibimos con su respiro sofocado y esto a causa de la densa oscuridad.
Jesús no enseña aquí y nos recuerda los motivos del porqué no vemos a Dios, no lo conocemos. Nos habla de prisión, de inmovilidad, siempre es noche sin la más mínima luz (Jesús respira por medio de su Madre). Nos habla de las densas tinieblas que producen la culpas de la criatura, no en general, sino que cada culpa de cada criatura agrega una tiniebla densa de más, que forman un abismo de oscuridad sin confines.
Siguiendo los 5 primeros excesos de amor encontramos que las tineiblas nos la proporcionamos cuando rechazamos a Dios, cuando huímos de él, cuando nos hacemos los sordos (no es que no escuchamos, sino que nos hacemos los sordos) y reduce al silencio a Jesús, cuando rechazamos sus bienes y no nos preocupamos de Reino de los cielos ni correspondemos sus besos y caricias con el descuido y el olvido de Mí.
Podríamos ver en esta enseñanza los pecados capitales que hacen prisionero al hombre, que sumergen en las tinieblas e inmovilidad a su inteligencia, a su memoria, a su espíritu, a su alma, a su voluntad:
Rechazo, Incorrespondencia, Ingratitud, Desprecio, Desinterés.
Las faltas que nos reclama Jesús en estas meditaciones son, sobre todo, faltas conscientes, o como lo enseña la doctrina, faltas morales, es decir, privar conscientemente la recta razón con la Ley eterna, y es esto lo que produce tinieblas densas, estreches e inmovilidad en nuestra vida y por consecuencia a la verdad. No son faltas por simple incapacidad; el lamento profundísimo y dolorosísimo de Jesús no es porque no escuchamos, no, es porque nos hacemos los sordos; porque despreciamos, porque no correspondemos, porque lo rechazamos. Es un rechazo, incorrespondencia, ingratitud, desprecio, desinterés hacia un amor que es eterno, infinitamente sabio, infinitamente omnipotente; he ahí la gravedad de la ofensa y del dolor del ofendido. He ahí la gravedad de las tinieblas.
Pero aun así, ese mismo amor eterno e infinito no se detiene y acude a despojarse de lo que es Él en Sí mismo para darnos lo que nosotros rechazamos. Él se priva como a sí mismo por amor a nosotros de lo que nosotros nos privamos por nosotros mismos por no querer amarlo. Nosotros por despreciarlo nos privamos de la luz eterna y sin confines y Él se priva de su misma luz por amarnos a nosotros. Él se despoja de sí mismo.
Sólo Dios puede saber que es privarse de Dios. Nosotros vivimos esa ausencia de Dios, siempre hemos vivido sin Dios, no hemos experimentado todo lo que es Dios y luego lo hemos perdido (talves en alguna medida) pero no tal y cual Dios lo experimentó cuando voluntariamente dejó su luz y libertad para encerrarse en la oscuridad y la estreches. Lo hace por amor a nosotros, para nosotros vivamos su misma vida y que en cada acto de nuestra vida podamos dar y vivir las consecuencias del estar viviendo en la luz eterna, en la claridad infinita, de la libertad que produce la luz, de los bienes que produce lo eterno. Y no sólo por los gozos que vayamos a sentir, pues estos son los accidentes de la misma luz, de la armonía, de la belleza, de lo que es Dios, sino que lo grande es que Dios quiere vivir en nosotros para vivir su misma vida, lo que vive la Santísima Trinidad, esto es para lo único que Él nos creó. Y cómo Él sabe para qué nos creó y qué fue lo que decidió darnos, su misma voluntad decide tomar las consecuencias de nuestros pecados que lo sumergen a un abismo de densas tinieblas, y todo, repito, para que nosotros vivamos su Voluntad.
Nos queda acudir a nuestra Madre Santísima para que nos haga reaccionar, despertar. Y siguiendo las pistas que Jesús nos deja a través de Luisa Piccarreta, el de acudir a María creyendo que también nosotros fuimos concebidos en su seno pues Jesús nos concibió en su humanidad nos está llamando a que recorramos su mismo camino, por lo tanto, no es extraño que también nosotros suframos esas mismas densas tinieblas en nuestra voluntad, en nuestra memoria o inteligencia pero que estas penas no sean por nuestra culpa, sino por la participación de las penas de Jesús al estar nosotros incorporados en su humanidad.
Madre Santísima, te pido a nombre de todas las criaturas, pasadas, presentes y futuras, que nos permitas estar en tu seno, porque allí, cuando estemos sumergidos en la densa oscuridad, en la estreches sofocante y falta de libertad y de amor, el respiro que nos dé el álito de vida sea tu respiro, como se lo proporcionaste a Jesús cuando nosotros lo confinamos a tales estrecheces.
Te pido a nombre de todas las criaturas que concibamos a Jesús en nuestra alma, que vivamos su misma vida, su Voluntad, para gloria de Dios, para la salvación de nuestros hermanos y la gloria de nuestra Iglesia Católica.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en un principio, ahora y siempre por los siglos de los siglos, amén.
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