Novena de Navidad. TERCER DÍA
TERCERA MEDITACIÓN:
El amor devorador
Tercera Hora:
“Hija mía, apoya tu cabeza sobre el seno de mi Madre y en él contempla mi pequeña Humanidad. Aquí mi Amor por la criatura casi me devora, son los incendios, los océanos, los inmensos mares del Amor de mi Divinidad que me reducen a cenizas, me inundan, y que excesivamente superan todo límite, tanto que se elevan por todas partes y envuelven a todas las generaciones, desde la primera hasta la última de las criaturas, y mi pequeña Humanidad, aunque devorada en tantas llamas de amor, se vuelve también ella devoradora en el mismo amor.
Pero ¿sabes tú qué es lo que mi Eterno amor me quería hacer devorar? Ah, sí, bien que lo sabrás, porque también tú lo llegarás a experimentar ¡las almas todas! Y entonces, hija mía, estará contento mi amor cuando en él las devore a todas, pues siendo Dios debo obrar como Dios, abrazando en todo y por todo a cada alma que pueda venir a la existencia pues mi amor no me daría paz si excluyese alguna.
Sí, hija mía, mira con atención en el seno de mi Madre, fija tu mirada en mi Humanidad ya concebida y allí encontrarás tu alma concebida junto conmigo y las llamas de mi amor que te han incendiado toda en amor por mi, y que solo se detendrán cuando te hayan consumado en mi.
¡Oh, cuánto te he amado, te amo y te amaré eternamente!”.
Yo me perdía en medio a tanto amor, no sabía salir de ahí, pero una voz me llamaba fuerte diciéndome:
“Hija mía, esto es nada aún, estréchate más a Mí, dale tus manos a mi amada Mamá a fin de que te tenga estrechada sobre su seno materno, y tú da otra mirada a mi pequeña Humanidad concebida y mira el cuarto exceso de mi Amor”.
CHARLA DEL DÍA TERCERO.
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Consideremos el amor de Dios a nosotros, que somos pecadores, infieles y esas llamas del amor divino que devoran a Jesús.
¿Qué hemos hecho para merecer tanto amor? Nada. Este solo pensamiento nos debe postrar en adoración y agradecimiento, para sentirnos urgidos a corresponderle pues no nos podemos quedar insensibles e indiferentes ante tanto amor de Dios a nosotros.
Dios nos eligió desde antes de la creación del mundo en Cristo. Es en su Hijo que el Padre nos concibe, y cuando forma a Adán y en Adán a toda la Humanidad, nos forma en su Hijo.
El universo es morada del hombre y Dios hace al hombre morada de la Trinidad. Sin embargo, con el pecado el hombre dejó de ser su morada y el Padre envía a Jesús para recuperar su morada, para ventaja nuestra, para que pudiésemos disfrutar de esa felicidad para la cual fuimos creados.
Es por eso que Dios nos vuelve a encarnar en Cristo cuando éste se hace Hombre y nos encarna con Jesús en el seno de María. La Humanidad de Cristo encerró en sí la humanidad completa, y ésto se hace realidad en el tiempo a partir del Bautismo donde el Espíritu Santo nos encarna o injerta en Jesús y nos hace miembros de Cristo para que Cristo sea en nosotros nuestra vida, pues estamos llamados a ser otros Jesus.
¿Cómo vivir esto en la práctica? Santa Teresita del Niño Jesús nos dice:
«El amor me ha escogido como holocausto a mí, criatura débil e imperfecta, ¿no es acaso digno del amor esta elección? Para que el amor quede satisfecho es necesario que se abaje, que descienda hasta la nada y que transforme en fuego esta nada»
Esta debe ser nuestra primera actitud, querer que este amor de Jesús nos transforme en fuego, reconociendo nuestra nada.
Que las llamas de Jesús nos unan íntimamente a Él, que sea él quien viva y obre en nosotros y que seamos convertidos como él en llamas devoradoras, para devorar lo que Dios quiere, las almas.
Transformados en el amor de Dios nos tenemos que convertir en llamas devoradoras, no haciendo nada separados de él, quebrantando nuestra voluntad, aprovechando cada mortificación, incomodidad, disgusto que nos presentan las situaciones del día a día, no debemos desperdiciarlas; las almas se compran a precio de sangre y debemos proponernos hacernos con Jesús devoradores de almas, con los sacrificios del día a día, con nuestras oraciones sencillas pero fervorosas, con un corazón sincero.
Debemos amar a todos nuestros hermanos como Dios nos ha amado, sin excluir a ninguno. Que en este adviento este deseo de salvación de las almas acompañado de todo lo que hagamos y sintamos: mortificaciones, sacrificios, incomodidades, tengan el fin de atraer almas a Dios; y en la medida en que nos unifiquemos a Dios así los que se acerquen a nosotros irán percibiendo ese amor de Jesús y se unirán más a él
La llama del amor se alimento de pequeños sacrificios, no los desperdiciemos.
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