NOVENO DÍA – La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad es constituida por Dios Pacificadora Celestial: vínculo de paz entre el Creador y la criatura.
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El alma a su Reina Celestial
Soberana Señora y queridísima Madre mía, veo que me llamas al sentir la fuerza del amor que arde en tu Corazón, porque quieres contarme todo lo que hiciste en el Reino de la Divina Voluntad por tu hija, ¿no es verdad?
¡Qué bello es verte dirigir tus pasos hacia tu Creador! Apenas escucha tus pisadas, te mira y se siente herido por la pureza de tus miradas y te espera para ser espectador de tu inocente sonrisa, para así poder sonreírte y gozarse contigo.
Madre Santa, en medio de tus alegrías y de tus castas sonrisas con tu Creador, no te olvides de tu hija que vive en el exilio, pues tengo tanta necesidad, ya que con frecuencia mi voluntad, queriendo levantar la cabeza, quisiera arrollarme para apartarme del Reino de la Divina Voluntad.
Lección de la Reina del Cielo
Hija de mi Corazón materno, no temas, nunca te olvidaré; es más, si tú haces siempre la Divina Voluntad y vives en su Reino, seremos inseparables, te llevaré siempre de la mano para guiarte y enseñarte a vivir en el Fiat Supremo; por eso, destierra todo temor; en él todo es paz y seguridad. Es la voluntad humana la que turba a las almas y que pone en peligro las obras más bellas y las cosas más santas. Con ella todo está en peligro: en peligro la santidad, la virtud, la salvación misma del alma; y la característica de quien vive del querer humano es la volubilidad. ¿Quién puede fiarse de aquel que se deja dominar por su propia voluntad humana? ¡Nadie! Ni Dios, ni los hombres. Se asemejan estas almas a cañas vacías que se agitan al más mínimo viento. Por eso, queridísima hija mía, si algún soplo de viento te quiere hacer inconstante, sumérgete en el mar de la Divina Voluntad y ven a esconderte en el regazo de tu Madre, para que te defienda del viento de tu voluntad humana y estrechándote entre mis brazos te haga ser firme y estar segura en el camino de su Reino Divino.
Hija mía, ven junto conmigo ante la Majestad Suprema y escúchame. Con mis rápidos vuelos yo llegaba a sus brazos divinos y en cuanto llegaba sentía su amor rebosante que me cubría con sus olas impetuosas. ¡Oh, qué bello es sentirse amado por Dios! En este amor la criatura siente santidad, felicidad, infinitas alegrías y se siente tan embellecida, que Dios mismo se siente atraído por la muy particular belleza que infunde en la criatura cuando la ama. Yo quería imitarlo y, aunque era muy pequeña, no quería quedarme atrás a tanto amor suyo; por eso, con las olas de amor que me había dado yo formaba mis olas para cubrir a mi Creador con mi amor, y mientras lo hacía yo sonreía porque sabía que mi amor nunca habría podido cubrir la inmensidad de su amor; pero a pesar de todo yo hacía la prueba y sobre mis labios florecía mi inocente sonrisa. El Ser Supremo sonreía al verme sonreír, y festejaba y se divertía con mi pequeñez.
Ahora bien, mientras nos amábamos tanto yo me recordaba del doloroso estado en que se encontraba mi familia humana sobre la tierra: yo también pertenecía a su estirpe. ¡Oh, cómo me dolía! Yo pedía insistentemente que descendiera el Verbo Eterno a poner remedio y lo hacía con una ternura tal, que llegaba a transformar la sonrisa y la fiesta en llanto. El Altísimo se conmovía mucho con mis lágrimas, sobre todo porque se trataba de las lágrimas de una pequeñita, y estrechándome a su seno divino me secaba las lágrimas y me decía:
« Hija mía, no llores, anímate, en tus manos hemos puesto el destino del género humano, te hemos confiado el mando y ahora para consolarte aún más, te constituimos pacificadora entre la familia humana y nosotros; así que a ti te es dado el establecer la paz entre nosotros. La potencia de nuestra Voluntad que reina en ti se impone sobre nosotros y pide el beso de la paz para la pobre humanidad caída y en peligro. »
¿Quién pudiera decirte, hija mía, la alegría que sentía mi Corazón ante tanta condescendencia divina? Era tanto mi amor que me sentía desvanecer y, delirando, suspiraba, buscando aún más amor para aliviar mi ansiedad.
Ahora, una palabra a ti, hija mía; si tú me escuchas y haces a un lado tu voluntad humana, dándole su lugar al Fiat Divino, también tú serás amada en un modo especial por tu Creador, serás su sonrisa, lo pondrás de fiesta y serás el vínculo de paz entre Dios y el mundo.
El alma
Bellísima Madre mía, ayúdale a tu hija; introdúceme tú misma en el mar de la Divina Voluntad, cúbreme con las olas del amor eterno, para que no vea ni sienta otra cosa que no sea Voluntad Divina y amor.
Propósito: Hoy, para honrarme, me pedirás todos mis actos y los encerrarás en tu corazón, para que sientas la fuerza de la Divina Voluntad que reina en mí; después se los ofrecerás al Altísimo para darle gracias por todos los oficios que me confió para salvar a las criaturas.
Jaculatoria:
« Reina de la Paz, haz que la Divina Voluntad me dé el beso de la paz. »
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Reflexión para el noveno día.
Por: Padre Oscar Rodriguez.
MARIA, ES CONSTITUIDA POR DIOS PACIFICADORA CELESTIAL
Queridos hermanos, en una de las apariciones de la Virgen, ella se denomina: “Reina de la paz”. Pues en la lección de este día noveno, Dios la hace “Pacificadora Celestial”. Y el motivo por el cual el Padre toma esta decisión, es al ver a esta bella criatura que con sus lágrimas suplica por la salvación del género humano.
Que conmovedor es ver la escena que se nos presenta: María, con la fuerza de amor que arde en su corazón, atrae con su fuerza a la Santísima Trinidad, que sintiéndose herido por la pureza de sus miradas, responde de inmediato a este llamado.
Pero en medio de tantas alegrías y de castas sonrisas entre el Creador y la criatura, surge el sentimiento de dolor de esta Madre, al ver que las pobres criaturas no pueden también ellas hacer parte de este encantador encuentro; porque sus voluntades humanas las han separado del Reino de la Divina Voluntad, sometiéndolas al exilio.
María nos invita para que hagamos siempre la Divina Voluntad y porque viviendo en este Reino, seremos inseparables de ella y de las tres divinas personas. Porque es la
voluntad humana la que turba a las almas y la que pone en peligro todo: la santidad, la virtud, la salvación misma del alma; y la característica de quien vive del querer humano es la volubilidad. En cambio, para quien vive en el Divino Querer todo es bello; se siente amado por Dios y en este amor la criatura siente santidad, felicidad, infinitas alegrías y se siente tan embellecida, que Dios mismo se siente atraído por la muy particular belleza que infunde en la criatura cuando la ama.
María desea en lo más profundo de su ser, que la generación humana pueda también experimentar lo que ella misma vive en su unión con Dios y suplicando que el Verbo Divino descienda a la tierra, el Altísimo se conmovía mucho con sus lágrimas y queriendo poner en estas manos maternales el destino del género humano, es escuchada y constituida “Pacificadora Celestial”, dándole el poder de establecer la paz universal por medio del poder de la voluntad de Dios que reina en ella y pide el beso de la paz para la pobre humanidad caída y en peligro.
Oh Reina de la Paz, cuanto amor tiene para ti la Santísima Trinidad. Toda tú lo desarmas hasta el punto de concederte todo lo que le pides. Intercede por la suerte del género humano, para que viendo la guerra tan grande que hace la voluntad humana, acojamos el Don de la voluntad divina, para reconciliarnos con Dios, con la creación y con todos nuestros hermanos.
Reina de la Paz, ruega por nosotros.