OCTAVO DÍA – La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad recibe de su Creador la orden de poner a salvo la suerte del género humano.
Escucha el audio de la lección:
(Para descargar el audio de la lección da clik derecho AQUI y opción: Guardar enlace como…)
Escucha la reflexión sobre la lección 8 del padre Oscar Rodriguez:
(Para descargar el audio de la reflexión da clik derecho AQUI y opción: Guardar enlace como…)
Para descargar esta lección y reflexión en PDF, DA CLIK AQUI.
El alma a la Divina Mandataria:
Heme aquí contigo, Mamá celestial, siento que no sé estar sin mi querida Mamá, mi pobre corazón está inquieto y sólo lo siento en paz cuando estoy en tu regazo, como pequeña bebita estrechada a tu corazón para escuchar tus lecciones, tu dulce acento me endulza todas mis amarguras y dulcemente ata mi voluntad, y poniéndola como escabel bajo la Divina Voluntad me hace sentir su dulce imperio, su Vida, su felicidad.
Lección de la celestial Mandataria:
Hija mía queridísima, debes saber que yo te amo mucho, confíate a tu Mamá y está segura que alcanzarás la victoria sobre tu voluntad; si tú me eres fiel, Yo tomaré todo el empeño sobre ti, te haré de verdadera Mamá, por eso escucha lo que hice por ti ante el Altísimo: Yo no hacía otra cosa que estarme sobre las rodillas de mi Padre celestial, Yo era pequeña, no había nacido aún, pero el Querer Divino del cual Yo poseía la Vida, me facilitaba mis visitas a mi Creador, para Mí, las puertas, los caminos estaban abiertos, Yo no tenía miedo ni temor de Ellos, sólo la voluntad humana pone miedo, temor, desconfianza, y aleja a la pobre criatura de Aquél que tanto la ama y que quiere estar rodeado por sus hijos. Así que si la criatura tiene miedo y teme y no sabe estar como hija ante su padre con su Creador, es señal de que la Divina Voluntad no reina en ella, y por eso son las torturadas, las mártires de la voluntad humana, por eso no hagas jamás tu voluntad, no quieras torturarte y martirizarte por ti misma, que es el más horrible de los martirios, sin sostén y sin fuerza. Por lo tanto escúchame, Yo me ponía en los brazos de la Divinidad, mucho más que me esperaban y hacían fiesta al verme; me amaban tanto, que al presentarme vertían otros mares de amor y de santidad en mi alma, no recuerdo haberme separado de Ellos sin que me agregaran otros dones sorprendentes.
Entonces, mientras estaba en sus brazos Yo rogaba por el género humano, y muchas veces con lágrimas y suspiros lloraba por ti hija mía y por todos, lloraba por tu voluntad rebelde, por tu triste suerte de verte puesta en la esclavitud de ella, que te hacía infeliz; ver infeliz a mi hija me hacía derramar lágrimas amargas, hasta bañar las manos de mi celestial Padre con mi llanto, y la Divinidad enternecida con mi llanto continuó a decirme:
“Hija nuestra querida, tu amor nos ata, tus lágrimas extinguen el fuego de la divina justicia, tus oraciones nos atraen tanto hacia las criaturas que no te sabemos resistir, por eso te damos a ti el mandato de poner a salvo la suerte del género humano. Tú serás nuestra Mandataria en medio a ellos, a ti confiamos sus almas, Tú defenderás nuestros derechos lesionados por sus culpas, estarás en medio, entre ellos y Nosotros, para ajustar las partidas entre ambas partes. Sentimos en ti la fuerza invencible de nuestra Voluntad Divina que por medio tuyo ruega, llora, ¿quién te puede resistir? Tus plegarias son órdenes, tus lágrimas imperan sobre nuestro Ser Divino, por eso, adelante en tu empresa.”
Ahora hija mía queridísima, mi pequeño corazón se sentía consumir de amor ante los modos amorosos del hablar divino, y con todo amor acepté su mandato al decirles: “Majestad Altísima, estoy aquí entre vuestros brazos, dispongan de Mí como queráis, Yo pondré incluso la vida, y si tuviera tantas vidas por cuantas criaturas hay, Yo las pondría a disposición de ellas y vuestra, para llevarlas a todas salvas a vuestros brazos paternos. Y sin saber entonces que Yo debía ser la Madre del Verbo Divino, Yo sentía en Mí la doble maternidad, maternidad hacia Dios, para defender sus justos derechos; maternidad hacia las criaturas, para ponerlas a salvo. Me sentía madre de todos, el Querer Divino que reinaba en Mí, que no sabe hacer obras aisladas, ponía en mi a Dios y a todas las criaturas de todos los siglos, en mi materno corazón sentía a mi Dios ofendido que quería ser satisfecho, y sentía a las criaturas bajo el imperio de la justicia divina. ¡Oh! cuántas lágrimas derramé, quería hacer descender mis lágrimas en cada corazón para hacer sentir a todos mi maternidad toda de amor. Lloré por ti y por todos hija mía, por eso escúchame, ten piedad de mi llanto, toma mis lágrimas para apagar tus pasiones y para hacer que tu voluntad pierda la vida. ¡Ah! acepta mi mandato, es decir, que tú hagas siempre la Voluntad de tu Creador.
El alma:
Mamá celestial, mi pobre corazón no resiste al oír cuánto me amas. ¡Ah! me amas tanto, hasta llorar por mí, tus lágrimas las siento descender en mi corazón y como tantas heridas me hieren y me hacen comprender cuánto me amas, y yo quiero unir mis lágrimas a las tuyas y rogarte llorando que no me dejes jamás sola, que me vigiles en todo, y si es necesario, golpéame también, hazme de Mamá y yo como pequeña hija tuya todo aceptaré de ti, a fin de que tu mandato sea mi bienvenido y Tú puedas llevarme en tus brazos a nuestro Padre celestial, como acto cumplido de tu mandato divino.
Florecita: Hoy para honrarme me darás tu voluntad, tus penas, tus lágrimas, tus ansias, tus dudas y temores en mis manos maternas, a fin de que como Mamá tuya las tenga en depósito en mi corazón materno, como prendas de mi hija, y Yo te daré la preciosa prenda de la Divina Voluntad.
Jaculatoria: Mamá celestial, derrama tus lágrimas en mi alma, a fin de que me curen las heridas que me ha hecho mi voluntad.
+ + + +
Reflexión para el Octavo día:
MARIA, RECIBE EL MANDATO DE PONER A SALVO LA SUERTE DEL GENERO HUMANO
Queridos hermanos, en esta octava lección, que imagen tan conmovedora se nos presenta al ver a la Santísima Virgen María, que sin haber nacido todavía, y en virtud de la Potencia de la Divina Voluntad, ya subía y bajaba a la presencia de Dios.
En sus continuas visitas, se ponía en las rodillas del Padre Celestial y mojando sus manos con las lágrimas, intercedía por la suerte del género humano, que sumergido en su propia voluntad rebelde, esclavo de sí mismo, de sus miedos se separaba de su Creador. Porque sólo la voluntad humana pone miedo, temor, desconfianza, y aleja a la pobre criatura de Aquél que tanto la ama y que quiere estar rodeado por sus hijos. Es señal de que la Divina Voluntad no reina en ella, y por eso son las mártires de la voluntad humana,
Cómo se enternecía el Padre al ver a esta Bella criatura llorando, fue tanta su ternura que sus lágrimas extinguían el fuego de la divina justicia, su amor los ataba y sus oraciones lo atraían hacia las pobres criaturas. Y sin poderse resistir, le dieron el mando de poner a salvo la suerte del género humano.
Hermanos, hemos sido puestos en las manos de nuestra Madre Celestial, nuestra alma ha sido confiada al cuidado de ella para reparar y defender los derechos de Dios, lesionados por las culpas; y en medio de Dios y de las almas, María se comprometió a ejercer su doble papel de madre: maternidad hacia Dios para defender sus justos derechos; y maternidad hacia las criaturas para ponerlas a salvo. Se estableció como Madre de todos, sin saber aún que iba a ser la Madre del Verbo encarnado.
Que alegría saber que tenemos una Madre que está intercediendo con sus lágrimas por la suerte de la humanidad. Una Madre que desarmando la justicia divina, y vertiendo sus lágrimas sobre nuestros corazones, nos dispone para vivir en el Reino de la Divina Voluntad.
Mandataria celestial, derrama tus lagrimas sobre este duro corazón, para que no haga jamás mi voluntad, que ellas apaguen el fuego de mis pasiones para vivir siempre en la Voluntad de Dios.
Madre de las madres, ruega por tantas madres que padecen el dolor de ver a sus hijos fuera del camino hacia Dios. Consuela sus corazones, recoge sus oraciones y presentándolas al Padre, con tus lágrimas enternécelo para que derrame aquellas gracias especiales que conduzcan a estos hijos hacia su morada eterna.
Madre de Dios y Madre nuestra, ruega por nosotros.