TRIGÉSIMO DÍA – La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
La maestra de los apóstoles, sede del centro de la Iglesia naciente,
Barca de refugio. La venida del Espíritu Santo.
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El alma a su Madre Celestial:
Aquí estoy nuevamente ante ti, Soberana del cielo. Me siento talmente atraída hacía ti, que cuento los minutos en espera de que tu majestad suprema me llame para darme las bellísimas sorpresas de tus lecciones maternas. Tu amor de Madre me extasía y sabiendo que tú me amas, mi corazón se llena de gozo y me siento llena de confianza y segura de que me vas a dar tanto amor y tanta gracia, con la cual poder formarle un dulce encanto a mi voluntad humana, así la Divina Voluntad extenderá sus mares de luz en mi alma y pondrá el sello de su Fiat Divino en todos mis actos.
¡Oh Madre Santa, nunca me dejes sola y haz que descienda en mí el Espíritu Santo para que queme en mí todo lo que no le pertenece a la Divina Voluntad!
Lección de la Reina del Cielo:
Bendita hija mía, tus palabras hacen eco en mi Corazón y sintiéndome herida por ellas derramo en ti mis mares de gracia; ¡oh, cómo corren hacia ti para darte la vida de la Divina Voluntad! Si tú me eres fiel, yo no te dejaré jamás; estaré siempre contigo, para darte en cada uno de tus actos, en cada palabra y en cada latido de tu corazón el alimento de la Divina Voluntad.
Y ahora escúchame, hija mía. Nuestro sumo bien, Jesús, se ha ido al cielo y está ante su Padre Celestial para interceder por sus hijos y hermanos que dejó sobre la tierra; desde la patria celestial a todos ve, ninguno se le escapa, y es tanto su amor que todavía deja a su Madre sobre la tierra para confortar, ayudar, instruir y acompañar a sus hijos.
Tú debes saber que cuando mi Hijo subió al cielo, seguí estando junto con los apóstoles en el cenáculo esperando al Espíritu Santo. Todos estaban unidos en torno a mí y orábamos juntos, no hacían nada sin mi consejo.
¡Oh! con cuanta atención me escuchaban cuando yo tomaba la palabra para instruirlos o para narrarles algún episodio de la vida de mi Hijo que ellos todavía no conocían, como por ejemplo: las maravillas de su nacimiento, sus lágrimas infantiles, sus modos amorosos, las cosas que sucedieron en Egipto, las tantas maravillas de su vida oculta en Nazaret; quedaban extasiados al escuchar tantas sorpresas, tantas enseñanzas que me daba, que después habrían servido para ellos, ya que mi Hijo poco o nada habló de sí mismo con los apóstoles, reservando para mí la tarea de darles a conocer cuánto los había amado y las particularidades que sólo su Madre conocía. De manera que, en medio de mis apóstoles, hija mía, yo era más que el sol que ilumina el día, fui el Ancla, el Timón, la Barca en donde encontraron refugio para poder estar al seguro, protegidos de todo peligro. Por eso puedo decir que di a luz a la Iglesia naciente sobre mi regazo materno y mis brazos fueron la barca que los guio a puerto seguro y aún hoy la sigo guiando.
Llegó entonces el tiempo en que descendió el Espíritu Santo prometido por mi Hijo en el cenáculo. ¡Qué transformación, hija mía! En cuanto fueron revestidos, adquirieron nueva ciencia, fuerza invencible, amor ardiente; una vida nueva corría en ellos y los hacía impávidos e intrépidos, y se dividieron por todo el mundo para dar a conocer la obra de la redención y dar la vida por su Maestro.
Yo me quedé con mi amado Juan y me vi obligada a salir de Jerusalén porque comenzó la tempestad de la persecución.
Querida hija mía, tú debes saber que yo continúo todavía mi magisterio en la Iglesia; no hay cosa que no descienda de mí, puedo decir que me deshago de amor por mis hijos y que los nutro con mi leche materna. Y ahora, en estos tiempos, quiero mostrar un amor más especial dando a conocer cómo toda mi vida fue formada en el Reino de la Divina Voluntad. Por eso te llamo a que vengas sobre mi regazo materno, para que siendo tu barca, puedas estar segura de que vives en el mar de la Divina Voluntad. Gracia más grande no podría concederte. ¡Ah, te lo ruego, complace a tu Madre! ¡Ven a vivir en este Reino tan Santo! Y cuando veas que tu voluntad humana quiera tener algún acto de vida, ven a refugiarte en la barca segura de mis brazos, diciéndome: « Madre mía, mi voluntad me quiere traicionar, yo te la entrego para que pongas en su lugar a la Divina Voluntad ». Oh, qué feliz seré el día que yo pueda decir: « Mi hija es completamente mía, porque vive de Voluntad Divina. » Yo haré que descienda el Espíritu Santo en tu alma, para que queme todo lo humano en ti y que con la frescura de su soplo divino impere sobre ti y te confirme en la Divina Voluntad.
El alma:
Maestra Divina, hoy tu pequeña hija siente su corazón lleno de gozo, tanto que quiero desahogarme bañando con mis lágrimas tus manos maternas. Un velo de tristeza me invade: temo que no le sacaré provecho a tus múltiples enseñanzas y a tus más que cuidados maternos. Madre mía, ayúdame, fortifica mi debilidad, aleja mis temores y yo, abandonándome entre tus brazos, podré estar segura de vivir totalmente de Voluntad Divina.
Propósito:
Para honrarme este día, recitarás siete veces el « Gloria al Padre » en honor del Espíritu Santo, pidiéndome que se renueven sus prodigios sobre toda la Iglesia.
Jaculatoria:
« Madre Celestial, derrama sobre mi corazón fuego y llamas, para que consumen y quemen todo lo que no es Voluntad de Dios. »
MEDITACIÓN PARA EL TRIGÉSIMO DIA
La venida del Espíritu Santo.
Queridos hermanos, hoy la Reina Madre, nos hace partícipes del Don que el Padre y el Hijo hacen para la iglesia: La tercera Persona de la Santísima Trinidad.
María cumpliendo su papel de dulce Madre, reunida en el cenáculo, oraba con los discípulos y les enseñaba cuánto amor tenía Dios para con ellos. Los discípulos no hacían nada sin el consentimiento de la Virgen Madre. En ella los discípulos encontraron la luz, y el refugio en donde se sentían seguros y protegidos de todo peligro.
Con este proceder, se estaba confirmando para la iglesia el papel de Madre y Maestra que la Virgen María cumple en la iglesia.
Con la venida del Espíritu Santo, ella concurrió con Él para dar a luz a la iglesia naciente y qué transformación tan grande se dio, revestidos del Espíritu de Dios, los apóstoles adquirieron un nuevo conocimiento, una gran fuerza extraordinaria, un amor ardiente, y una vida nueva. Y se llenaron de para salir por todo el mundo a dar a conocer la Redención y a dar la vida por su Maestro.
María fue el arca segura para los discípulos, y es nuestra arca y puerto que nos asegura el vivir siempre en la Divina Voluntad. Porque haciendo que descienda el Espíritu Santo, así como en los apóstoles, quemará todo lo que de voluntad humana halla en nosotros y con la frescura de su soplo divino domine sobre nosotros y nos confirme en la Divina Voluntad.
Madre Arca de la nueva alianza y puerto seguro de la Divina Voluntad, ruega por nosotros.