VIGÉSIMO NOVENO DÍA – La Reina del Cielo en el Reino de la Divina Voluntad.
La hora del triunfo, aparición de Jesús. Los fugitivos se estrechan a la Virgen cual Arca de salvación y de perdón. La Ascensión de Jesús al cielo.
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El alma a su Madre y Reina:
Madre admirable, aquí estoy una vez más sobre tu regazo materno, para unirme junto contigo a la fiesta y triunfo de la Resurrección de nuestro amado Jesús. ¡Qué bella te ves hoy, toda amabilidad, toda dulzura, toda alegría; me parece verte como resucitada junto con Jesús! ¡Oh, Madre Santa, en medio de tanta alegría y triunfo, no te olvides de tu hija; más aún, deposita en mi alma el germen de la Resurrección de Jesús, para que en virtud de ella resucite plenamente en la Divina Voluntad y viva siempre unida a ti y a mi dulce Jesús.
Lección de la Reina del Cielo:
Hija bendita de mi Corazón materno, fue muy grande mi alegría y mi triunfo en la Resurrección de mi Hijo, me sentí renacida y resucitada en él; todos mis dolores se transformaron en gozos y en mares de gracia, de luz, de amor y de perdón para las criaturas; estos mares extendían mi maternidad sobre todos mis hijos que Jesús me dio con el sello de mis dolores.
Escucha, querida hija mía; tú debes saber que, después de la muerte de mi Hijo, me retiré al cenáculo en compañía de mi amado Juan y de Magdalena; pero mi Corazón sufría mucho al ver que sólo Juan estaba conmigo; y llena de dolor me preguntaba: « Y los demás apóstoles, ¿dónde están? »
Pero, en cuanto ellos escucharon que Jesús había muerto, tocados por una gracia especial, sumamente conmovidos y llorando, los fugitivos se fueron acercando a mí uno por uno, haciéndome corona; y con lágrimas y suspiros me pedían perdón por haber abandonado a su Maestro y huido tan vilmente. Yo los acogí maternalmente en el Arca de refugio y de salvación de mi Corazón y les aseguré el perdón de mi Hijo a cada uno, los animé a no temer y les dije que su suerte estaba en mis manos porque a todos me los había dado por hijos y yo como tales los reconocía.
Bendita hija mía, tú sabes bien que yo estuve presente en la Resurrección de mi Hijo, pero no se lo dije a nadie esperando que Jesús mismo fuera quien les manifestara que había resucitado glorioso y triunfante. La primera que lo vio resucitado fue la afortunada Magdalena y después las piadosas mujeres; todos venían a decirme que habían visto a Jesús resucitado, que el sepulcro estaba vacío y mientras yo los escuchaba con aire triunfal los confirmaba a todos en la fe en la Resurrección. Casi todos los apóstoles vieron a su adorado Maestro durante el día y todos se sintieron triunfadores de haber sido apóstoles de Jesús. ¡Qué cambio de escena, hija mía! Símbolo de quien primero se ha hecho dominar por su voluntad humana representada por los Apóstoles que huyen, que abandonan a su Maestro, fue tanto el temor y el pánico que se escondieron y Pedro llegó hasta negarlo. ¡Oh, si se hubieran dejado dominar por la Divina Voluntad jamás habrían huido abandonando a su Maestro, sino que con intrepidez y como triunfadores no se hubieran separado nunca de su lado y se hubieran sentido honrados de dar la vida para defenderlo.
Hija mía, mi amado Jesús se entretuvo resucitado sobre la tierra durante cuarenta días; frecuentemente se les aparecía a sus apóstoles para confirmarlos en la fe y en la certeza de la Resurrección; y cuando no estaba con los apóstoles se encontraba a mi lado, en el cenáculo, rodeado por las almas que habían salido del limbo. Pero, cuando estuvieron por terminar los cuarenta días, mi amado Jesús les dejó sus instrucciones a los apóstoles y, dejándome a mí como guía y maestra, nos prometió la venida del Espíritu Santo; luego bendiciéndonos a todos, partió, emprendiendo el vuelo hacia la bóveda del cielo, junto con aquella turba de gente salvada del limbo.
Todos los que estaban presentes, y era un gran número, lo vieron ascender al cielo, pero cuando llegó arriba en alto, una nube de luz lo sustrajo de su vista.
Tu Madre lo siguió al cielo y asistió a la gran fiesta de la Ascensión, pues la patria celestial no era extraña para mí y además, sin mí no hubiera sido completa la fiesta de mi Hijo que ascendió al cielo.
Y ahora una palabrita para ti, queridísima hija mía; todo lo que has admirado y escuchado no ha sido más que la obra de la potencia de la Divina Voluntad operante en mí y en mi Hijo. Es por eso que tanto anhelo encerrar en ti la vida de la Divina Voluntad. Ella es vida operante porque todas las criaturas la tienen, pero la mayor parte la tienen sofocada y para hacerse servir por ella; y mientras podría obrar prodigios de santidad, de gracia y obras dignas de su potencia, las criaturas la obligan a estarse con las manos cruzadas, sin poder desenvolver su poder. Por eso, está atenta y haz que el cielo de la Divina Voluntad se extienda en ti y que con su potencia haga todo lo que quiera y como quiera.
El alma:
Madre Santa, tus hermosas lecciones me extasían, ¡oh, cómo anhelo, cómo suspiro que la vida de la Divina Voluntad obre en mi alma! Yo también quiero ser inseparable de mi Jesús y de ti, Madre mía. Pero para estar más segura de que así sea, te ruego que te tomes el empeño de tener encerrada mi voluntad humana en tu Corazón materno y aunque vea que me esté costando mucho, nunca me la vayas a dar. Sólo así podré estar segura; de lo contrario todo se quedará siempre en palabras pero nunca en hechos; así que a ti se encomienda tu hija y de ti todo lo espera.
Propósito:
Hoy, para honrarme, harás tres genuflexiones ante mi Hijo Jesús en el acto en que ascendió al cielo. y le pedirás que te haga ascender a la Divina Voluntad.
Jaculatoria:
« Madre mía, con tu poder triunfa en mi alma y haz que permanezca en la Voluntad de Dios. »
MEDITACIÓN PARA EL VIGÉSIMO NOVENO DIA
La Ascensión de Jesús al cielo.
Hermanos, que distinto se torna en este día todo el marco que envuelve estas enseñanzas. Pasamos del profundo dolor, al fruto generado cuando éste se vive en Divina Voluntad.
Antes de entrar a contemplar los misterios de gloria, es bueno recordar como los apóstoles, menos Juan, habían provocado un profundo dolor a nuestra Madre Celestial al no haberla acompañado, como San Juan, en todo ese camino de cruz y de pasión. Cuánto perdieron estos discípulos al no haber estado allí, mientras todo lo que el discípulo amado, la magdalena y todas las piadosas mujeres, ganaron viviendo desde su humanidad esta dolorosa Pasión al lado de la Virgen Santa.
Nos dice María que a la muerte de Jesús, los discípulos, tocados por una gracia especial y muy conmovidos y llorando se fueron acercando uno a uno a recibir de parte de ésta Madre el perdón y el refugio. Y ella cumpliendo su misión de Madre, los acogió en su corazón y les devolvió la esperanza.
Bien nos ha dicho la Virgen que el hecho de que los discípulos hubiesen huido abandonando al Señor, es señal de que estaban dominados por sus voluntades humanas. Si hubieran estado en la Divina Voluntad, jamás lo habrían hecho, sino que
no se hubieran separado nunca de su lado y se hubieran sentido honrados de dar la vida para defenderlo.
Sabemos que en los evangelios, aparece la Magdalena como la primera persona que vive la gracia de la resurrección de Jesús. Y bien merecido, porque fue tal su amor por el Mesías que lo atrajo hacia ella. Te has preguntado porque la Madre, que tenía el derecho más que las otras mujeres, de ir a preparar el cuerpo de su Hijo, no estaba con ellas? La respuesta nos la dio hoy María: estuvo en el momento en el que su Hijo resucitaba.
María ha sido partícipe de toda la vida de Jesús: concepción, nacimiento, vida pública, pasión, muerte, resurrección y ascensión al cielo. Ella es inseparable de la Sacrosanta Trinidad porque está unida a ellos por la Voluntad Divina.
Por eso la invitación constante y permanente que nos hace nuestra Bella Madre: a dejar que la Divina Voluntad opere en nosotros.
Madre Celestial, intercede para que todas las criaturas permitamos que la Divina Voluntad haga su obra en nosotros.
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